«All», de Yann Tiersen.
El compositor y pianista francés vive desde hace algún tiempo en un lugar situado, precisamente, «fuera del tiempo»: la isla de Ouessant, a veinte kilómetros de la costa continental de la región francesa de Bretaña, un pedrusco de climatología adversa y escasamente habitado (apenas mil pobladores). Tiersen le dedicó a la isla, en 2016, un álbum –Eusa–, austero pero cálido, de piano y grabaciones de campo, intercaladas, realizadas en ese entorno agreste y solitario. Ahora, en cambio, el proceso ha sido expansivo geográficamente hablando y menos austero… Aunque mantenga la querencia por instrumentaciones mínimas, hay un rango de referencias mucho más amplio, ejemplificado en las propias grabaciones de campo realizadas para este disco, tomadas en puntos geográficos dispersos, ya fueran en la Costa Perdida del norte de California –donde le persiguió un puma–, o en el abandonado aeropuerto berlinés de Tempelhof –título, también, de la pieza que abre All, su nuevo disco– convertido ahora en el campo de refugiados sirios más grande de Alemania, en donde lo que suenan son ruidos de juegos de niños. En Beure Kentañ suenan cantos de pájaros y en Koad la voz de la cantautora y organista sueca Anna Von Hausswolff, que nos sorprende por la dulzura que imprime a su interpretación (teniendo en cuenta que los discos de ella son, más bien, oscuros y densos, en la onda de Kate Bush o, incluso, Diamanda Galas). No es esa la única colaboración vocal: también aparecen Ólavur Jákupsson –integrante habitual de la banda de directo de Tiersen, que interviene con voces en feroés en Erc’h, un tema que podría formar parte de la discografía de Dead Can Dance–, la cantante y compositora Emilie Quinquis –esposa de Tiersen desde agosto de 2016, en Pell– o el cantante bretón Denez Prigent –para quien Tiersen ha compuesto músicas en el pasado, y que aquí canta en una de las más sobrecogedoras canciones del disco, Gwennillied, en la que también parecen sonar cencerros–. Hay, incluso, una voz no acreditada en Heol…
Lo parece, pero el disco no busca la belleza por la belleza. Es ciertamente hermoso, pero no es un disco vacío. Hay infinidad de referencias y caminos que van de lo orgánico a lo electrónico: pasajes de un clasicismo telúrico que podríamos situar en las órbitas de Max Richter o Arvo Pärt y momentos casi post-rock que no desentonarían en una grabación de Silver Mount Zion. A cada paso que da Tiersen se agranda su leyenda, y nuestro papel es difundir su mensaje.