Ayer se produjo en Filadelfia el estreno mundial de «Vespers of the Blessed Earth», de John Luther Adams.
El 30 de marzo se produjo en el Kimmel Center de Filadelfia el estreno mundial de Vespers of the Blessed Earth, la última composición hasta el momento del estadounidense John Luther Adams (Meridian, Misisipi, 1953), uno de los compositores más preocupados por la ecología y el modo en el que el hombre interfiere en la salud del medio ambiente. Vespers of the Blessed Earth [Vísperas de la Tierra bendita] fue estrenada ayer por la Orquesta de Filadelfia, el coro The Crossing y la soprano Meigui Zhang, bajo la dirección de Yannick Nézet-Séguin. La composición, de cincuenta minutos de duración, será interpretada nuevamente en la sede de la orquesta de Filadelfia el sábado y el domingo, días 1 y 2 de abril, después de un paréntesis en el Carnegie Hall de Nueva York, donde se interpretará esta noche, viernes 31 de marzo.
La obra muestra una visión a escala geológica de la historia de la Tierra, intercalada con secciones que se centran en ejemplos concretos de entornos, fauna y flora en peligro. El primer movimiento, A Brief Descent into Deep Time,[Un breve descenso a las profundidades del tiempo], es descrito por Adams como un viaje a través de «dos mil millones de años atrás en el tiempo, en el que se cantan los nombres, colores y edades de las capas geológicas del Gran Cañón». A Weeping of Doves [El llanto de las palomas], para coro a cappella, nace del canto de la paloma de la fruta (Ptilinopus pulchellus), un ave de colores brillantes que se encuentra en toda la selva tropical de Papúa Nueva Guinea. El llanto de la hermosa paloma de la fruta funciona aquí no sólo como símbolo del espíritu divino en las religiones abrahámicas y representación de la paz perdida, sino también como inspiración directa de las prácticas rituales de duelo y llanto del pueblo kaluli de las selvas tropicales de Nueva Guinea. El tercer movimiento, Night-Shining Clouds [El brillo nocturno de las nubes], ilustra una tensión paradójica entre el desprecio de la humanidad por el medio ambiente y la propia respuesta de la Tierra. Adams escribe: «A veces, en las tardes de verano, aparecen nubes brillantes en el horizonte septentrional, palpitantes de color como si estuvieran iluminadas desde dentro. A medida que contaminamos más y más la atmósfera, estas nubes noctilucentes se han ido expandiendo, haciendo que la Tierra se vuelva más bella». En este movimiento, como en toda la obra, las líneas descendentes evocan austeridad y tristeza. Aquí las cuerdas orquestales exploran la serie subarmónica, «descendiendo en espiral en una chacona nocturna». La alusión al servicio litúrgico de Vísperas es más evidente en el cuarto movimiento –que Adams ha definido como «el corazón de mis Vísperas»-, titulado Letanías de la Sexta Extinción, y en el que emplea los nombres latinos de 192 especies en peligro de extinción, a los que añade, finalmente el del Homo sapiens: «Sexta extinción» es el término que los biólogos conservacionistas han dado al actual fenómeno de extinción masiva del Antropoceno, en el que la desaparición de miles de formas de vida coincide con el cambio climático y la destrucción acelerada de los entornos naturales por parte de la humanidad.
El último movimiento, Aria of the Ghost Bird [Aria del pájaro fantasma], retoma las implicaciones sagradas del canto de los pájaros y la presencia espiritual, pero con un tono conmovedor y de advertencia. En este movimiento, Adams interpreta musicalmente el canto de la extinta ave hawaiana ōʻō de Kaua (Moho braccatus). El compositor transcribió el característico canto del pájaro a partir de una grabación de 1987 del último ejemplar de la especie –un macho– llamando a una hembra que nunca llegaría, pero a la que siguió llamando hasta el final.
En la ejecución de la obra, los músicos y cantantes se encuentran repartidos por toda la sala. «Quiero que sientas que eres el centro de la música y que todo sucede a tu alrededor –dice el compositor–. Algo así como estar en un bosque o en un desierto, o en lo que yo llamo el mundo real… donde hay algo sucediendo a tu alrededor todo el tiempo».
Después de vivir casi cuarenta años en el norte de Alaska, sus composiciones musicales buscaron representar en sonidos el espacio, la quietud y las fuerzas elementales de la naturaleza, en la convicción, además, de que la música podía hacer más que la política para cambiar el mundo.
En obras como Become Ocean, In the White Silence o Canticles of the Holy Wind, Adams ha trasladado a la sala de conciertos la sensación de asombro que sentimos al aire libre. Como él mismo escribe en su web: «Si somos capaces de imaginar una cultura y una sociedad en la que cada uno de nosotros se sienta profundamente responsable de su propio lugar en el mundo, tal vez podamos hacer realidad esa cultura y esa sociedad».