Suso Saiz: «Quien ve un concierto mío sabe que ha visto algo que no va a volver a ocurrir».
Suso Saiz, el gran compositor gaditano de música ambient, género en el que es considerado una de sus figuras realmente internacionales, actúa este sábado, a las 20:30, en el claustro del monasterio conquense de Uclés, en un programa bautizado Lux, que «ilumina» la Semana Santa con música meditativa electrónica.
Formado como guitarrista en el Real Conservatorio Superior Música de Madrid, Suso Saiz fue también alumno de composición de Luis de Pablo, con quien inició su desarrollo como músico electro-acústico antes de fundar con el percusionista Pedro Estevan y la soprano María Villa el grupo de música experimental Orquesta de las Nubes. A mediados de los años ochenta inició su trayectoria en solitario como guitarrista y compositor, al tiempo que comenzó a trabajar como arreglista, músico y productor de artistas como Esclarecidos, Los Piratas, Luis Eduardo Aute, Duncan Dhu, Luz Casal o Los Planetas, entre otros muchos. Es autor, también, de bandas sonoras de películas –El detective y la muerte, de Gonzalo Suárez, y El milagro de P. Tinto, de Javier Fesser, entre otras– y programas de televisión –como Al filo de lo imposible en TVE–. Resonant Bodies, publicado por el sello neerlandés Music From Memory, es su último álbum hasta el momento… pero no es lo que va a tocar en Uclés, tal y como explica en esta entrevista realizada el pasado martes 4 de abril.
Este sábado actúas en Uclés.
Sí, en el monasterio de Uclés.
Y antes de encender la grabadora has dicho que promete…
Yo creo que sí. No he estado nunca, pero por lo que me cuentan y por las fotos que he visto, debe ser una mole en medio casi de la nada.
Lo llaman El Escorial de la Mancha.
Debe tener edificaciones de muchas épocas distintas. Ahí hay un monasterio y obviamente tiene una iglesia, que debe de ser lo primero que se construyó, que debe ser Renacimiento o Barroco y hay un seminario, que debe de ser más reciente, del barroco tardío, siglo XVIII. Por otra parte, el Festival restringe el uso de la luz eléctrica porque intenta retrotraerse a épocas antiguas. Dentro del festival hay una exposición, con piezas que ha cedido la Catedral de Cuenca, por ejemplo, y las piezas no están iluminadas con bombillas o focos, sino con velas; teóricamente con la luz con la que se verían en su época.
Se te anuncia junto a Ana Roxanne. ¿Actuáis juntos?
No. Ella es una artista norteamericana que toca también ese mismo día, pero no tocamos juntos. El concierto creo que en el claustro, que es, en realidad, como un pasillo; un pasillo gigantesco, porque el claustro es grande, pero un pasillo. Tengo ganas de ver la sonoridad, que imagino que va a ser peculiar. Confío en que permita llegar a un punto que sea lo suficientemente atractivo como para que los oyentes puedan caminar hacia ese «pensamiento profundo» que es el que yo busco con mi música: generar un espacio sonoro que ayude a la reflexión, sin nada que ver con aspectos místicos.
Yo creo que la reflexión es algo que todos necesitamos. Todos necesitamos mirarnos para dentro y observarnos con atención, algo que, por el tipo de vida que llevamos normalmente, no hacemos.
Tal y como lo planteas no va a ser un concierto en el que toques tal y tal pieza de tus discos…
Mis conciertos nunca son así. Ya hace tiempo que parto de un material sonoro que suele partir de lo último que he grabado, que en este caso es Resonant Bodies, pero siempre lo recreo. Yo intento siempre relacionarme con el espacio en el que toco y generar cosas a partir de ahí. Quizá suena un poco pretencioso el comentario, pero es real: mis conciertos son únicos. Todos. Quien ve un concierto mío sabe que ha visto algo que no va a volver a ocurrir. Siempre digo que soy músico «de oído»: yo reacciono a lo que escucho e intento transformar la realidad sonora del momento.
Yo tampoco uso el silencio. El silencio está proscrito en mi música. Tengo incontinencia sonora total, pero procuro que los conciertos no superen la hora, porque considero que más es maltratar a la audiencia, porque hay un nivel de concentración que no se puede mantener mucho más tiempo. Y yo intento que la mayor gente posible que participa de mis conciertos entre en ese nivel de concentración, y para eso hay un tiempo para introducir ese punto de profundidad y otro tiempo para salir. Si no, podría acabar todo el mundo dormido. Un buen amigo me dijo, después de un concierto, eso, que le había encantado, pero que le disculpara, porque se había quedado «roque». Pues a mí eso me encanta. Yo le pregunté: «¿ha sido placentero para ti?» y me respondió: «¡Qué sueño más maravilloso he tenido!». Pues yo estoy feliz. Ese puede ser uno de los objetivos de mi música. Yo considero al oyente, al espectador, coautor conmigo, porque cada uno vive esa realidad de una forma distinta y esa vivencia es suya.
¿Desde el escenario eres realmente capaz de percibir un ambiente general por parte del público?
Sí, sí, sí, sí, sí. Hay una cosa que es el silencio profundo, en el que la atención «se oye». Se oye, porque cuando no hay atención se producen pequeños ruiditos, toses, movimientos de las sillas, etc. y todo se oye. Ahí puede haber silencio, pero no hay atención. Es gente inquieta diciendo: «¡ostras! ¿va a durar mucho esto? Yo no sabía que esto iba de esta onda, y esto es un ladrillo importante». Todo esto es pensamiento y se oye porque suena. Pero cuando estás totalmente dentro hay un silencio profundo y cuando notas eso, dices: «¡olé! Ya se ha entrado».
El silencio sólo se produce cuando se acaba el concierto. Yo tiendo a acabar los conciertos en el silencio: no acabo con un «ta ta ta chán». Mi música va hacia el silencio y cuando el silencio se mantiene, cuando pasan segundos o minutos, con el público en silencio total, y he acabado ya el concierto, eso es el éxito total. Es cuando yo digo «¡hostias!». Ese es mi mayor aplauso, lo que me emociona. El silencio es la gratitud al músico. El aplauso, no. El aplauso es la frivolidad.
Y cuando el silencio se percibe claramente. Ese silencio es muy, muy potente.
Siendo así los conciertos, ¿qué son para ti los discos?
Los discos son una suma de experimentos, la credencial de mi evolución. Es como contar por dónde voy caminando. En cada disco suelo cambiar, aparte de que haya, entre comillas, una temática que me haya movido. Pero yo no creo en la representatividad de la música: yo creo que la música es un arte totalmente abstracto, que no cuenta nada, nunca. Nada. Eso pertenece al oyente, no al creador.
¿Ni Messiaen?
Ni Messiaen, ni nadie. Yo soy fan de Messiaen. Es de los músicos de los que más música he escuchado en mi vida. Pero cuando lo escucho no veo lo que él escribe. Veo otras cosas.
Por eso digo que yo me planteo siempre un trabajo experimental o teórico en mis discos, sobre todo últimamente. Siempre defino alguna estrategia acústica o experimental en ellos y se desarrollan durante una época en la que estoy trabajando, investigando –es una forma de hablar– sobre un tema concreto. Ahora estoy ya trabajando en el material para el nuevo disco y va a girar sobre las distorsiones, que va a ser el elemento fundamental del nuevo trabajo. Distorsión en todos sus aspectos, en todas sus funciones, en todas sus gamas; y pasada por todo tipo de materiales y objetos sonoros. Bueno, pues todo ese proceso de estudio y experimentación propiamente dicha que estoy haciendo, eso es lo que conforman mis discos. Después, el disco, digamos, me abandona a mí y yo ya me busco la vida para ver qué hago con todo aquello que aprendí, con lo que experimenté durante esa época.
También hemos podido ver en tu cuenta de Instagram que vas a actuar en Estados Unidos. ¿Cómo surgió esa propuesta?
Hay unos promotores que hasta ahora se llamaban Ambient Church y ahora Reflections, que organizan eventos en los que juntaban a artistas visuales, que hacían mapping en todos los muros de la iglesia, y a gente del ambient más meditativo, más reposado, el ambient del drone. El ambient más estático.
Con esa programación, que siempre se celebra en iglesias, intentan generar momentos espiritualmente profundos y son los eventos de ambient más potentes que hay en Estados Unidos y, posiblemente, en el mundo porque se celebra en iglesias grandes, en las que pueden entrar mil personas.
Los Ángeles, Chicago y Nueva York… Empiezas el 22 de abril y acabas el 6 de mayo. ¿Tus primeras actuaciones en Estados Unidos?
Las primeras desde… creo que 1993 o 1994. En Nueva York iba a ser en una iglesia que se llama algo así como Church of the Heavenly Rest, que está en la Quinta Avenida, pero lo han cambiado. Ahora va a ser en Brooklyn, en una iglesia que se llama St. Ann & the Holy Trinity. En cualquier caso, son iglesias grandes, preciosas, casi todas protestantes. En Los Ángeles tocaré en una iglesia presbiteriana que hay en Pasadena, un espacio para tres mil personas.
¿En algún momento te planteaste o tuviste la oportunidad de haberte ido a vivir a Estados Unidos y desarrollar tu carrera allí?
No lo sé, porque nunca lo intenté realmente, pero sí hubo un momento, con un disco mío que se llama Símbolos (DRO, 1991), que entró muy bien en la escena alternativa americana. Me llamaban The Andalusian Voodoo Child. Ese era mi apodo.
Es una anécdota, pero realmente nunca me lo he planteado. Sólo a veces, en los momentos de bajón, cuando dices: «¡joder, que mierda!», en que van pasando los años y ves que no puedes hacer lo que siempre quise hacer. Por más que yo he disfrutado produciendo discos, esa no era mi ocupación deseada. En algún momento de esos de bajón sí lo pensaba; pero rápidamente piensas también que tienes familia y que hay que mover a la familia y eso requiere una inversión fuerte, porque no te vas a mover para ponerte a vivir debajo de un puente…
¿Cómo surgió lo de Music From Memory, la compañía neerlandesa que publica tus discos nuevos y ha reeditado varios de los antiguos?
Fueron ellos, que insistieron mucho tiempo. Tenían interés en reeditar cosas mías antiguas y yo pasaba totalmente, porque a mí, realmente, el pasado me interesa poco o nada. Estuve un par de años diciéndoles que no me interesaba nada que alguien publique mis discos antiguos pero, al final, Miki [su esposa y representante] me convenció: «¡Estos chavales son majísimos, son súper fanes, tienen un interés muy saludable en tu música! ¡Déjales que la publiquen, qué más te da…!». Y, al final, me convenció. Y fue a raíz de eso, realmente, que yo decidí retomar la historia y afrontar el esfuerzo de ponerme en marcha de nuevo como para tocar. Estuve dos años currando a tope, diez horas diarias, para ponerme las pilas, porque yo estaba totalmente fuera, fuera de todo.
¿Te habías «oxidado» hasta ese punto?
Es que nunca fui un coche de carreras; siempre fue un trabajo a tiempo parcial. Esa es la primera vez que intenté poner mi «máquina» a full. Un concierto mío te puede o no gustar, pero la ejecución ha de ser perfecta. Yo no puedo fallar. No puede suceder que un día haga un concierto decente y al día siguiente sea una castaña. Eso no me lo puedo permitir. Si alguien dice que soy «una leyenda», que tenga razón, que sea por algo. Así que, entonces, me lo curro a tope, porque eso no sale solo. Procuro que mi ejecución sea lo más perfecta posible y que el sonido y todo esté perfectamente engarzado. Cada concierto lo pulo y lo repulo. Yo curro todos los días de mi vida. Cada día hago una sesión una sesión de improvisación en vivo, que casi todos los días grabo, aunque después la inmensa mayoría es borrada. Esa disciplina es fundamental para mantener el nivel que creo que tengo que cumplir.
¿Te ocupas personalmente del sonido del espacio o vas siempre con un mismo técnico?
No, no, no, no. Siempre me encargo yo de este tipo de cosas. Y siempre digo que la culpa de que un concierto suene mal es del músico. Siempre. El ingeniero es un médium. Si el ingeniero es el que tiene que conseguir que suene bien, vamos mal. El que tiene que sonar bien es el que lo está haciendo, el generador. Tú tienes que tener esa capacidad de transformarte a ti mismo para optimizar el lugar. Desde la perspectiva de hacer siempre el mismo concierto, que es la perspectiva pop o la perspectiva estándar, sí que necesitas un ingeniero, para que sea siempre igual. Pero yo no necesito que sean iguales mis conciertos: necesito que suenen bien.
Entonces, para este concierto en Uclés, ¿cómo va a ser el proceso hasta que des el visto bueno y salgas a actuar?
Suelo ir con la mayor tranquilidad posible y con el mayor tiempo posible. En este caso creo que estaré antes de las dos de la tarde. Necesito tiempo y relax. Después, puede que en diez minutos esté solucionado, porque que necesite tiempo y relax no quiere decir que necesite mucho rato, pero por si acaso…
¿Cómo te escuchas desde el punto de escucha del público si estás en el escenario?
Mi música es estática. Es textura y la textura se mueve. Cuando notas los feedbacks sabes cómo está sonando; no necesitas tener una escucha frontal. Pero, aparte, yo dejo sonando loops y salgo fuera. Pero, normalmente, no me hace mucha falta estar fuera.
En su día no sé si a ti te gustaba el término «música new age»…
Ni me gustaba ni me dejaba de gustar. Yo no me he considerado nunca un artista «new age»…
En realidad voy a otra cosa: ahora no se habla de new age, pero estamos llenos de música new age.
¡Sí, claro! La mayor parte de lo que llaman ambient o ambient melódico es new age. Música experimental hay poca en el mundo. Casi toda la música electrónica experimental que se hace es deudora de canciones pop o rock. El pop y el rock están vivos en casi toda la música electrónica actual y en lo que llaman «experimental».
Experimentadores puros, que se zafen de las estructuras y los clichés estándar hay muy pocos.