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Rubén García Bartolomé
«Impresiones sobre el arte y la improvisación libre».

No creo que sea necesario escuchar música improvisada para ser un buen improvisador. Yo por mi parte he escuchado de todo, géneros de todo tipo y época, ruidos y sonidos muy diversos. 
Nos pasamos la vida escuchando cosas, todo vale, cualquier cosa puede resultar sugerente o no sugerirnos absolutamente nada, depende del momento. 
La fuente de inspiración puede venir del silencio más absoluto, pero no es fácil hallar dicho silencio.
Cuando me dicen “vamos a crear una pieza con “espacios” considero a la pieza como un espacio en sí, un espacio constituido a su vez por un número indeterminado de espacios. 
Espacios que se mueven de aquí para allá, que suceden, que se expresan, que se intercalan, que suben, bajan, se mantienen suspendidos un cierto tiempo, espacios yuxtapuestos y espacios superpuestos, espacios de aparente silencio… 
Pero a mi manera de ver, todos estos espacios deben conjugarse, y acaban conjugándose de tal manera que dan lugar a un solo espacio, un espacio más o menos definido, más o menos bello, simétrico, equilibrado y perfecto. 
Ese espacio viene a constituir la pieza que a su vez da origen a otro espacio en el interior de la cabeza del espectador, un espacio del todo subjetivo. 
Si hay algo que nos hace verdaderamente humanos, eso lo hallaremos en el arte, porque en el arte se da la verdadera conexión con lo divino. 
Es una búsqueda de uno mismo, que empieza por la transformación de la realidad, y por realidad entiendo la cotidianeidad sujeta a la convención a la que estamos abocados a vivir. 
El arte es la vía de escape, la ruptura con el sí mismo para pasar a ser el todo. En el arte se resuelve la paradoja de la existencia, alcanzando así un verdadero estado de plenitud. 
Es la vía por la cual transitar para poder descubrir el verdadero sentido de la belleza que subyace bajo cualquier átomo del universo. 
Por eso, mi concepto artístico consiste fundamentalmente en la capacidad de extraer del gesto más nimio, o del objeto o situación más inmunda, un rasgo de sutil belleza, un estímulo sorpresivo o un hecho metamórfico para así poder ver lo que en apariencia es de una forma, de otra forma diferente.
El encanto del arte consiste en el poder de la transformación. 
En cuanto a lo musical, considero la música como la gran expresión de lo abstracto, de lo subjetivo y de lo intangible, lo que deja lugar a una multitud de interpretaciones ilimitada entorno a la pieza musical, e incluso a la música en sí, ya que resulta muy ambiguo e insustancial decir si un conjunto aleatorio de sonidos con intervalos determinados de silencios es música o no lo es. 
La música no requiere de ninguno de los elementos que la define, podríamos prescindir de cualquiera de ellos. Armonía, melodía o ritmo pueden ser suprimidos y seguir siendo música. 
Tan solo hace falta que suene, y por lo tanto podríamos decir que un sonido cualquiera puede constituir un espacio musical. La música supera los límites de lo racional, por eso planea sobre el resto de expresiones artísticas, envolviéndolas. 
Tal vez no todo lo que suena sea música, pero sí puede conformar parte de una pieza musical, por lo tanto, todo sonido conlleva de manera inherente la propiedad de musicalidad, de ahí que las posibilidades sean infinitas. 
El mezclar, alterar, distorsionar, armonizar, conjugar, y desestructurar suponen las funciones del músico, transformar el ruido en música y así en arte. Llevar la expresión de los más profundos resquicios del ser al campo de las frecuencias sonoras, otorgar a las emociones forma de frecuencia.
Así mismo, mi concepto musical pasa por lo complejo para alcanzar lo simple, una sencillez en la que viene contenido el todo, un sonido al que los brahmanes se refieren como el AUM, y se trata del sonido cósmico del cual provienen el resto de sonidos, llegar a vibrar en esa frecuencia es como retornar al origen de lo musical. 

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Rubén García Bartolomé 
Improvisador, músico, escritor, instrumentista y constructor de didgeridoos

© Fotografía de Noé García Bartolomé