Luis de Pablo: «Yo compongo porque es necesario para mi equilibrio».
En febrero de 1985, pocos días después de que Luis de Pablo cumpliera 55 años, y cuando yo era apenas un alevín de periodista que acababa de comenzar a escribir en la que iba a ser breve trayectoria del periódico Liberación, publiqué esta entrevista con el compositor bilbaíno. La entrevista tuvo lugar en su domicilio madrileño de la calle Relatores, un ático situado junto a la plaza de Tirso de Molina. Me acompañó, como fotógrafo, mi entonces compañero de facultad y hoy amigo, el artista de renombre internacional Daniel Canogar. Ninguno de los dos llegamos a cobrar un euro (entonces «un duro») por el reportaje. Pocos meses después, Liberación desaparecía. Y ahora, treinta y siete años después de la entrevista, el Teatro Real se dispone a estrenar el 16 de febrero El abrecartas, la ópera póstuma del compositor, con libreto de Vicente Molina Foix. También puede leerse aquí mi obituario sobre la figura de Luis de Pablo, publicado el pasado 13 de octubre en Rockdelux. Téngase siempre en cuenta el año de realización.
Su renombre le precede. Luis de Pablo es ya el compositor español más importante de este siglo. Puede que no el más popular, ya que, como bien apunta el gran escritor argentino Ernesto Sábato, «… pocas veces el creador es reconocido por sus contemporáneos: lo hace casi siempre la posteridad o, al menos, esa especie de posteridad contemporánea que es el extranjero…».
Luis de Pablo lleva siendo durante los últimos quince años el compositor español más admirado, tanto dentro de nuestras fronteras como, sobre todo, fuera de ellas; eso sí, su fama se mantiene dentro de los límites más o menos iniciáticos o elitistas en los que la, equívocamente llamada, música contemporánea se encuentra todavía.
En realidad, todo arte que pretenda ser la voz de su tiempo tendrá que chocar frontalmente contra la barrera de la tradición y la costumbre, que tanto mediatizan los gustos del hombre. En este sentido, y hablando siempre de importancia entendida como popularidad mayoritaria, Luis de Pablo no nos es contemporáneo. Lo será de nuestros descendientes, así como Falla, Mahler o Bártok lo son nuestros.
Su música, como se suele decir, se ha adelantado a su tiempo. Es una música cuya escucha no es cómoda: requiere la atención del oyente y le produce desasosiego. No es música pensada como entretenimiento, sino como método para cuestionarnos la problemática existencial de la vida del siglo XX.
Don Luis, ¿cuál podría ser la finalidad última de su música?
Pues… ¡no lo sé! Si nos ponemos verdaderamente realistas, la finalidad última es la desaparición, no sólo de mi música, sino de todo. Es evidente que esta juerga terráquea no va a durar siempre. En algún momento acabará y todos nos marcharemos quién sabe dónde, y no quedará memoria de nosotros.
La finalidad menos última, en mi caso, es, esencialmente, la de dar salida a una serie de necesidades personales que yo he sentido desde que era niño, y la única forma de conseguirlo era estrictamente esta, realizar la música que escribo.
Quiero dejar claro que un artista, y en general cualquier ser vivo, tiene una serie de necesidades que cubrir, de las que no se plantea su finalidad, sino que sabe que las tiene que cumplir: comer, dormir, respirar, etc. Su sentido es la subsistencia.
Con la necesidad creativa artística pasa algo no tan perentorio como comer o dormir, pero sí tanto como el sexo. Los artistas que no dan rienda suelta a su vocación lo terminan pagando muy caro en su equilibrio y son campo abonado para las malas uvas y la agresividad. Por lo tanto, yo compongo porque es necesario para mi equilibrio. El destino de mi obra me es totalmente desconocido.
Por lo que dice, deduzco que el ser o no vanguardista le trae sin cuidado…
Por descontado. Yo he sido considerado vanguardista y no quiero entrar a dilucidar lo oportuno de esta afirmación. Sí puedo decir que, si se me ha considerado vanguardista, lo he sido en el contexto español, un contexto terriblemente retardatario. En España, en los años cincuenta, una música como la mía era un auténtico detonante. Sin embargo, ampliando el campo de miras, en el contexto internacional, mi arte no era más que parte del arte del momento, ni más, ni menos.
Mi arte, como el de la mayoría de artistas de este siglo, ha sido (y es), un arte ferozmente personal. Igual sucede con Paul Klee, Picasso, Stravinski o Bártok. Los grupos han venido a cerrarse en torno suyo.
De todas formas, lo importante al intentar comprender mi obra es notar que, vanguardista o no, mi música estaba viva. En ese momento histórico, en España se podían contar con los dedos de una mano las músicas que se podían calificar como vivas.
¿Qué opina de la situación actual, de esa progresiva unificación entre las puntas de lanza de la música contemporánea, el jazz y el rock?
Esa unificación no la veo por ninguna parte. Lo que veo es que el rock y el jazz entran a saco en el campo de la música contemporánea para renovar su lenguaje; pero, salvo excepciones, no sucede lo contrario, y cuando pasa es con fines ilustrativos, no de investigación. Es, por ejemplo, el caso de Luciano Berio y su obra Laborintus II.
Por otra parte, ¿qué hubiera sido del rock y del pop si no se descubre la electroacústica en los años cuarenta? El rock no ha aportado nada nuevo, pero tampoco tiene por qué hacerlo. Su destino es otro, esto es, desaparecer a corto plazo como forma autónoma. Yo, como vasco que soy, comparo todo con la comida, y es más o menos así: el rock es como las hamburguesas, es decir, no está pensado para la mejora de la música o de la cocina. No es una música de investigación o búsqueda, y con ello no quiero ser elitista, porque el que se dedica al estudio profundo de la música sabe que se condena de antemano a un público restringido.
Lo que hay que procurar es que ese público restringido no se reclute siempre en las mismas clases sociales, y es ahí donde no se puede ser elitista; hay que dar a todo el mundo la oportunidad para acercarse a todo tipo de música.
Por poner un ejemplo, no hay música más elitista que el flamenco. Una sesión de flamenco en el Bernabéu sería una atrocidad. El flamenco está pensado para disfrutarlo en una habitación, entre cinco o seis amigos, y eso no le quita ni un adarme a su valor.
La creación artística de los últimos siglos ha sido siempre minoritaria y el que diga que Beethoven es popular, miente. No se da cuenta de que Beethoven muere en 1827 y en España no se estrenó la Novena sinfonía hasta finales del siglo XIX o principios de éste. Y aún hoy no es popular, aunque la haya cantado Miguel Ríos. ¿Qué tiene que ver eso con la auténtica Novena sinfonía?
Pero volviendo al origen de la pregunta, no negará que hay músicos llamados «de rock» que están interesados seriamente en una evolución musical…
Desde luego, pero eso ya no es rock. En el momento en que pongan merluza en salsa verde en el Wimpy de la esquina, los precios de pondrán por las nubes y dejará de ser un Wimpy.
Esos intentos de progresión musical se salen del esquema del rock y entran dentro del camino común de la música de investigación. Si esos músicos –Eno, Fripp, Laurie Anderson, etc.– investigan y ensanchan caminos, ya no son rock, sino música de búsqueda. Y se les debe exigir una investigación seria y profunda.
¿Qué le parece la obra de sus discípulos, como pueda ser el caso de la Orquesta de las Nubes?
Están muy bien; es gente muy valiosa que hace un trabajo excelente y forman parte de un fenómeno radicalmente nuevo en España, porque presentan una continuidad histórica que no se conocía desde hace siglos. Si miramos atrás, la historia de nuestra música nos presenta quiebras periódicas. Y, sin embargo, ahora –toquemos madera– llevamos más de treinta años sin que se produzca esa quiebra.
Quiero decir con ello que, si se ve lo que sucede con la generación de Albéniz y Granados, los músicos surgían de la nada, sin una tradición que los sostuviera. Lo que había en España en esos años era la zarzuela y, de repente, estos señores traen otros aires. Desde los años cincuenta esa ruptura no se ha producido, y espero que no suceda ninguna otra catástrofe que la provoque.
Para terminar, háblenos un poco de su visión particular de la época en que vivimos.
Es una época de cambios fulminantes de los que, sin embargo, no nos damos cuenta. Por ejemplo, el fenómeno del rock. Su estudio es absolutamente fascinante, desde el punto de vista musicológico y sociológico.
El rock nace en Occidente con una fuerza impresionante. En ese mismo momento se produce la muerte definitiva del folclore y nadie ha tomado conciencia de ello. Hoy sólo nos quedan restos de folclore y de la canción, porque el fenómeno masivo se dirige hacia el rock.
Otro hecho fundamental es la presencia de los mass media. Han incidido de una forma tan brutal que han cambiado la perspectiva con arreglo a la cual se escuchaba música. ¿Puede alguien pensar que un campesino francés escucha a Debussy? Ese campesino está sometido a un proceso informativo por el cual lo más probable es que cante canciones. Pero sus hijos oirán rock. En resumen, el rock se ha metido de lleno en la corriente de la cultura popular.
El ser humano es asombrosamente dúctil en manos de una serie de intereses. Si la creación artística vale para algo, es para hacernos tomar conciencia de nuestra individualidad.
© Fotografía de Daniel Canogar.