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Vicente Molina Foix: «Este estreno era uno de los grandes sueños de Luis de Pablo».

El abrecartas es una de las novelas más conocidas del novelista, poeta, dramaturgo y crítico de cine Vicente Molina Foix (Elche, Alicante, 1946). Se trata de una novela que, a modo de fresco, recorre el siglo XX intercalando personajes reales y ficticios y, antes de recibir en 2007 el Premio Nacional de Narrativa, ya había ha sido distinguida con el premio Salambó, que concedía el Club Cultura de la FNAC y el Café Salambó de Barcelona.

La novela comienza con unas misivas que un amigo de la infancia escribe a finales de los años veinte al poeta Federico García Lorca y concluye en 1999 con un mensaje que se cruzan por internet dos personajes anónimos. A lo largo de más de cuatrocientas páginas van desfilando por sus páginas figuras literarias españolas como Vicente Aleixandre, Miguel Hernández, Rafael Alberti, Eugenio D’Ors, José María Castellet o, incluso, Fernando Sánchez Dragó. Mezclándose con ellos van surgiendo, también, otros personajes de ficción con los que se teje una novela de estructura coral, con muchas voces que se van expresando de forma epistolar y, al tiempo, explican el dramatismo de la que entonces era, todavía, nuestra historia reciente. Más que ficción histórica, la novela expresa realidades que el autor conoció: historias íntimas de gente que se vio superada por la Historia.

Vicente Molina Foix ya había escrito los libretos de dos óperas de Luis de Pablo –El viajero indiscreto (1988) y La madre invita a cenar (1992)– cuando este leyó la novela y se vio reflejado en esas historias de perdedores de la guerra. A mediados/finales de 2010, el compositor se dirigió a su amigo, el autor de la novela, para que creara un nuevo libreto para la que sería la sexta ópera del compositor bilbaíno. En 2015, después de varios años de incertidumbre sobre si se estrenaría o no, Joan Matabosch, director artístico del Teatro Real, le confirmó a De Pablo la fecha de su estreno en esta temporada: seis representaciones entre el 16 y el 26 de febrero de 2022. La única pega… que el compositor no ha llegado a ver levantarse el telón, al fallecer el pasado 10 de octubre, a los 91 años de edad. La siguiente entrevista con Vicente Molina Foix –cuya primera parte se publica hoy y mañana la segunda– tuvo lugar en el Teatro Real de Madrid la semana pasada.

¿Cómo ha sido de azarosa la creación de El abrecartas? Tengo entendido que De Pablo comenzó a componerla antes, incluso, de que se planteara su producción. Es decir: no era un encargo. Pero logró que Gerard Mortier lo acogiese para estrenarlo en el Real. Sin embargo, según creo, el cáncer de Mortier, del que fallecería finalmente en marzo de 2014, hizo que se retirara de la dirección artística del teatro y que el estreno se fuera retrasando. De hecho, De Pablo dijo en alguna entrevista que «quedó en vía muerta; llegaron otros encargos, pagados, y la aparté».

Yo no sé los detalles. Yo sé que Mortier en cierta ocasión, en público, sí mostró su admiración por Luis de Pablo y que se iba a producir una ópera suya… Luis le llevó a Mortier el libreto entero y un ejemplar de mi novela, pero hasta donde yo sé, la llamada no se produjo nunca. Luis estaba inquieto por el destino de la obra. Para él era algo muy delicado, porque confiaba mucho en Mortier y lo tenía por amigo.

La noticia que a mí me llegó es que cuando falleció Mortier y le sustituyó Joan Matabosch, este se encontró en un cajón el libreto y la novela. Eso es lo que nos dijo Matabosch un día que quedamos con él para preguntarle por el posible estreno.

He leído que la idea de hacer una ópera de tu novela El abrecartas, por la que recibiste el Premio Nacional de Narrativa en 2007, fue de Luis.

Sí. En este caso, la adaptación la pidió el músico. Luis me lo propuso a finales del tercer trimestre de 2010. Yo le dije quien pensaba que podría hacer la adaptación, pero él insistió en que lo hiciera yo y terminé la adaptación en 2013. Pero quiero dejar claro que este El abrecartas es de Luis. Mi novela ahí está, pero a este libreto la trascendencia se la dará la música. Y yo he podido empezar a oír la música en versión de piano, en los ensayos sin orquesta, pero por lo que me ha dicho Fabián Panisello, el director musical, va a haber 111 músicos. Me ha dicho que, por la distancia a la que obliga la pandemia, va a estar el foso lleno y se van a ocupar, además, ocho palcos con músicos. Más que en El ocaso de los dioses, la ópera de Wagner con la que coincide en el recinto en las mismas fechas, que ocupa cuatro palcos.

Luis hizo un desafío final y se quiso despedir con la mayor orquesta que haya podido tener una obra suya…

Hay una idea, que todos admitimos (y que los periodistas redifundimos) de que la ópera es «de» Puccini, «de» Verdi, «de» Mozart… Y los autores de los libretos, salvo que uno se interese por rastrearlo (o sea Wagner, que era el autor de sus libretos), quedan relegados a un segundo plano.

Naturalmente, yo creo que el libretista es fundamental, pero no porque yo sea el libretista en este caso. Lo he sabido siempre. En una de las grandes óperas contemporáneas El niño y los sortilegios: una fantasía lírica en dos partes, el libreto es de Colette y es una maravilla. Cocteau, Gertrude Stein…, grandes poetas y grandes novelistas han hecho libretos de ópera. Es un tema que, por interés y curiosidad propios, he seguido. Lo cierto es que eso no hace mejor una ópera, pero es una realidad. Pero la música es lo que da entidad al libreto. Se da la paradoja de que hay grandes obras maestras de la ópera que tienen malos libretos, y eso es frecuente. Pero lo contrario, que haya un gran libreto y la música falle, apenas se da. Un buen libreto ayuda a la música, pero un mal libreto no acaba con la ópera. Y hay ejemplos notables de esto último en Mozart o en Händel. A partir del siglo XIX sí se empiezan a cuidar más los libretos. Turandot, por ejemplo, es una maravilla como obra de teatro. Y los libretos de Auden para Henze o Stravinski son estupendos.

Yo he pensado en ocasiones plantear el proyecto de la ópera al revés: que el autor del libreto ofrezca a tres compositores diferentes, uno por cada acto, la creación de las partituras… Así el mérito del libreto quedaría más reconocido.

Eso se podría hacer con El abrecartas, porque hay un «segundo acto» que no figura en esta ópera. La ópera se creó con las doscientas primeras páginas, la mitad, de la novela. No es ningún secreto, ya lo he comentado en alguna oportunidad, ni cambia en nada la calidad de la ópera, pero yo hice la adaptación completa y Luis me llamó un día y me dijo que había terminado el primer acto, y añadió que, si yo quería, al día siguiente comenzaba con el segundo acto, pero que había otra posibilidad: que acabase en el primer acto, con un dúo a capela sobre unos versos de Aleixandre de La destrucción o el amor, que, decía, eran lo mejor que había escrito nunca… Y que sería un bellísimo final para la ópera. Y yo le respondí que me parecía perfecto, porque ese «abrecartas» era el suyo. El mío es la novela.

Pero, claro, sabiendo que el final iba a ser el que él había elegido, le pedí, y me concedió, que me dejase rehacer unas cuantas cosas para que el final redondo de la música fuese también el final redondo del libreto. Porque en la novela algunos de los personajes de la primera parte mueren y había que hacer ajustes para que no hubiera hilos narrativos sueltos. El segundo acto se quedó, pues, en mi ordenador y está prácticamente terminado.

Ya que no se ha podido estrenar El abrecartas en vida de Luis, ¿sabes si el Real contempla la posibilidad de que haya, más adelante, un homenaje a De Pablo que consista en representar en una o dos temporadas sus seis óperas? ¿O, al menos, las tres que hizo contigo?

¡Espero que sí se haga! Me consta que, en la espera de El abrecartas, Luis también movió esa idea. Quizá sepa algo José Ramón Encinar, que estaba implicado en ello. Luis quería la reposición de la versión definitiva de El viajero indiscreto. Gente de mi entorno me dijo que se les había hecho larga y, pasados unos años, Luis se puso a hacer una versión abreviada y me pidió que yo también recortara cosas del texto. Y esa versión revisada, definitiva, permanece inédita y era uno de sus grandes sueños. El primero, claro está, era el estreno de El abrecartas, pero lo otro también le entusiasmaba. Y sé que habló con varios recintos, pero yo no te puedo dar más detalles.

¿Va a haber más vida para El abrecartas después de las seis funciones de este febrero?

A mí no me han dicho nada. Desde luego, El abrecartas incide en la historia de nuestro país y la novela sigue viva. Y a mí me gustaría mucho, por Luis, que, como tú has dicho, se remontaran, al menos, Kiu –que fue la primera de sus óperas–, La señorita Cristina –que tuvo un gran montaje, de Francisco Nieva, en el Teatro Real– y la que él quería volver a estrenar, El viajero indiscreto, porque había cambiado mucho.

Lo malo de las cosas es que llegan cuando la gente ha muerto. Luis ha tenido una larga vida, afortunadamente, pero se ha quedado sin ver esos dos sueños hechos realidad.

Son las cosas de España: él llegó a decir, en su última entrevista, en Scherzo, que pudo ser canadiense: «se me ofreció la oportunidad. Pero como aquello pasó cuando Franco murió pues pensé que entonces podía hacer algo en mi país. ¡Qué iluso!».

Eso es muy de Luis. España no ha sido muy cuidadosa con sus músicos. Luis de Pablo era más admirado en Francia que en España…

… O en Italia, que guarda parte de su legado, y donde le dieron, en 2020, el León de Oro de la Bienal de Venecia.

A Luis le hizo mucha ilusión el León de Oro. Por la pandemia y las limitaciones de viajes, no pudo acudir personalmente a recogerlo, pero cuando lo recibió estaba entusiasmado. Es un trofeo muy bonito y de unas dimensiones considerables y Luis se detenía a mirarlo con frecuencia.

© Fotografía facilitada por el departamento de comunicación del Teatro Real.