Cinco versiones distintas de la ópera de John Adams «Nixon en China» coinciden esta primavera en los escenarios de Europa.
No ocurre muy a menudo que un acontecimiento de la historia contemporánea se convierta en tema de una ópera con apenas quince años de diferencia. Pero la ópera en tres actos Nixon en China, de John Adams, es un ejemplo de ello. Alice Goodman no quiso convertir literatura trillada en un libreto, como suele ocurrir con las innovaciones operísticas en Europa. Lo que se estrenó en la Gran Ópera de Houston el 22 de octubre de 1987 con el título Nixon en China y luego se representó repetidamente en Europa, arranca con la visita de Estado de Nixon a un país con el que entonces ni siquiera existían relaciones diplomáticas, lo que atrajo la atención mundial. En un momento en que el público aún podía recordar las noticias al respecto y los principales protagonistas seguían vivos. Treinta y cinco años después de su estreno, esta primavera nos ofrece, en Europa, la (casi) coincidencia temporal de varias producciones diferentes, que comenzaron el 26 de febrero en la Ópera de Dortmund (donde se ofrece hasta el 29 de marzo) y le siguen París (donde se acaba de estrenar el 25 de marzo en la Ópera de la Bastilla, hasta el 16 de abril) y Madrid (el estreno tendrá lugar el 17 de abril, en el Teatro Real, y permanecerá hasta el 2 de mayo), por no hablar de la Ópera de Coblenza (siete funciones, del 7 al 29 de mayo) y Hannover (donde permanecerá del 3 de junio al 7 de julio)
Ha pasado medio siglo desde que el presidente estadounidense republicano Richard Nixon decidió que ya estaba bien de que los Estados Unidos fingiera, diplomáticamente, que la República Popular China no existía. El 21 de febrero de 1972, el Air Force One del presidente aterrizó en el aeropuerto de Pekín y Nixon se convirtió en el primer presidente estadounidense en pisar suelo chino. Nixon lograba las fotos históricas que quería que le acompañaran para la posteridad… antes de que estallara el escándalo Watergate y terminara su mandato obligado a dimitir.
Desde la perspectiva actual, podría decirse que aquel encuentro entre Nixon y Mao Tse-tung marcó el inicio del cambio en el equilibrio de poder en el mundo, en el curso del cual China fue elevándose poco a poco (con el beneplácito de Estados Unidos, avaro por entrar en un mercado potencial de más de mil millones de posibles consumidores, lo que se certificó cuando se consintió que la República Popular China entrara en la Organización Mundial del Comercio el 11 de diciembre de 2001) hasta convertirse en una potencia mundial cuyas ambiciones ya no puede ignorar hoy la primera potencia de Occidente. En aquel momento, sin embargo, era sólo una vaga ilusión que China ascendiera hasta convertirse en el principal competidor a largo plazo de la superpotencia occidental.
Para Adams, que nació en una familia demócrata, Nixon, el conservador republicano, desacreditado por la guerra de Vietnam y el caso Watergate, significaba una imagen enemiga y la ópera nos lo muestra entre la épica del antihéroe y la sátira. Y esa imagen ha logrado el éxito: Nixon en China es, sin duda, la ópera estadounidense más representada de la historia.
Musicalmente, el éxito de Nixon en China se explica por el contexto: el minimalismo, del que Adams es considerado «el quinto beatle» (detrás de los padres fundadores, o Big Four, Riley, Young, Reich y Glass), ya había desaparecido de la faz de la Tierra para sus creadores, pero era entonces, finales de los ochenta, cuando comenzaba a ser asimilado por cierto gran público. Y aunque no se la puede considerar en absoluto una obra minimalista, sí cuenta todavía con elementos repetitivos melódicos del género, además del ritmo pulsante que la caracteriza en numerosos momentos y el uso del sintetizador. Es más sencilla en su composición que obras posteriores de Adams –con Doctor Atomic, quizá, como máximo hito– y ofrece orquestaciones y vocalizaciones que se balancean entre extremos, la delicadeza y la intensidad sonora de una generación que admite sin ambages el volumen del rock.