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«Industry», de William Robin.

Ser músico de vanguardia en los Estados Unidos en los años ochenta no era nada sencillo. Aunque allí nació el minimalismo en los años setenta y se convertiría en la única corriente que podía enfrentarse (gracias al favor del público) a la hegemonía intelectual de los músicos europeos serialistas y su dominio de facto de las instituciones públicas internacionales (con el compositor y director de orquesta francés Pierre Boulez moviendo todos los hilos), la llegada de Ronald Reagan al poder supuso un duro golpe para las políticas de apoyo y fomento de la excelencia en la cultura que venían practicándose en los Estados Unidos desde que en 1965 se creó el Fondo Nacional de las Artes (National Endowment for the Arts).

La sistemática reducción de fondos con que estaba dotado el organismo durante los mandatos de Reagan y George Bush padre sumió en serios problemas de supervivencia a todo tipo de artistas, ya fuera por la reducción o, directamente, la supresión de las subvenciones a recibir.

En estas circunstancias, un pequeño grupo de compositores y músicos, David Lang (Los Ángeles, 1957), Michael Gordon (Miami Beach, 1956) y Julia Wolfe (Filadelfia, 1958), que habían coincidido en Nueva York y habían comenzado a desarrollar sus respectivas carreras en la órbita de los grandes nombres del minimalismo americano de los sesenta y setenta, Philip Glass y Steve Reich, se vieron obligados en 1987 a unir fuerzas en pos de su mera supervivencia como profesionales de la música, creando el colectivo Bang on a Can. 

William Robin, profesor de Musicología en la Facultad de Música de la Universidad de Maryland y columnista de The New York Times y New Yorker, ha escarbado en la trayectoria de Bang on a Can para ilustrar como la esencia de los principios autogestionarios anarquistas del movimiento punk podía ser también aplicada para la gestión de un colectivo de músicos de conservatorio, de la música llamada “contemporánea” o “seria”. Industry: Bang on a Can and New Music in the Marketplace, publicado a finales de febrero por Oxford University Press, no es sólo un recorrido por la historia del citado colectivo, sino un estudio de los medios, incluso rudimentarios, con que Bang on a Can se ha terminado convirtiendo en “el más importante vehículo para la música contemporánea de todo el país”, como los definió el San Francisco Chronicle en 2001.

En sus casi 35 años de trayectoria, Bang on a Can ha encargado y estrenado obras de varios de los principales compositores minimalistas y actuales, tanto estadounidenses como extranjeros, entre los que figuran personalidades como Michael Nyman, Terry Riley, Somei Satoh, Roberto Carnevale o Steve Reich y John Adams, dos de los compositores premiados con el premio Fronteras del Conocimiento de BBVA, además de fundar festivales de nuevas músicas en museos de arte contemporáneo o crear instituciones como la Fundación de Encargos de la Gente (People’s Commissioning Fund), fundada en 1998, que aglutina numerosas aportaciones voluntarias de particulares, de entre 5 y 5.000 dólares, para apoyar la creación de nuevos talentos musicales, entre los que figuran jóvenes compositores como Nico Muhly, Caroline Shaw (que recibió a los 30 años el premio Pulitzer de música, siendo todavía el compositor, hombre o mujer, más joven en recibir ese galardón) o Bryce Dessner, integrante de la exitosa banda de rock The National y con una sorprendente trayectoria individual en el campo de la música clásica contemporánea.