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La pianista francesa Vanessa Wagner publica un nuevo álbum de repertorio post-minimalista.

Europa era hasta hace poco el reducto de la ortodoxia clásica contemporánea, la del hilo que arranca en Schönberg y llega, por poner un límite, a Adès, pasando por Stravinski, Messiaen, Boulez, Stockhausen, Murail, Rihm o Dusapin. Sin embargo, la ortodoxia está empezando a verse si no cuestionada, sí compartiendo protagonismo con las denostadas corrientes «populares» llegadas de Estados Unidos, gracias a directores «infiltrados», como Dennis Russell Davies o Gustavo Dudamel, pero, también, a intérpretes que están introduciendo en los auditorios y salas de concierto europeas repertorios hasta hace poco sólo habituales en Estados Unidos. Entre estos grandes intérpretes encontramos, por ejemplo, pianistas como las hermanas francesas Katia y Marielle Labèque, el islandés Víkingur Ólafsson o la también francesa Vanessa Wagner (Rennes, 1973). Esta última ya mereció en 1999 el premio Victoire de la Musique (equivalente francés al Grammy, más prestigioso, aunque mucho menos popular) como solista instrumental revelación. En su trayectoria hay infinidad de recitales (¡y discos!) con piezas de Rajmáninov, Mozart, Schumann, Schubert, Brahms o Debussy, pero en los últimos años ha ido incorporando cada vez más obra de compositores… llamémosles «alternativos». Puede que el punto de partida esté en 2016, cuando realizó, junto al músico mexicano Fernando Corona «Murcof» el álbum Statea, en el que, además de versiones de Satie, Cage, Ligeti, Morton Feldman o el ucraniano Valentín Silvéstrov, aparecían los nombres de Arvo Pärt, Philip Glass, John Adams o, incluso, Aphex Twin (de quien interpretaban Avril 14th, de su emblemático álbum de 2001 Drukqs).

Rota ya la «maldición», Wagner subió la apuesta en 2019, publicando Inland, un disco formado por piezas de Moondog, Nico Muhly, William Susman, Bryce Dessner (uno de los principales compositores del grupo de rock The National), Gavin Bryars, Philip Glass, Wim Mertens o Michael Nyman, al que siguió en 2021 This is America, con piezas para dos pianos de compositores exclusivamente estadounidenses (Bernstein, Glass, Adams, Reich o Meredith Monk), realizado junto a su colega Wilhem Latchoumia.

El nuevo capítulo de su irrupción en la música post-minimalista se ha completado el pasado viernes con el lanzamiento de Study of the Invisible, publicado en el sello InFiné. El espectro de compositores incluye en esta ocasión a Suzanne Ciani (Rain, de su álbum de 1990 Pianissimo), Harold Budd (el llamado «papa de la música ambient», de quien interpreta La Casa Bruja, de su álbum de 2013 Music For 3 Pianos, grabado junto a Daniel Lentz y Ruben Garcia, e inspirado por las piezas para varios pianos de Morton Feldman), David Lang (Spartan Arcs, de sus Memory Pieces compuestas en 1992; esta en concreto está dedicada «a la memoria de Yvar Mikhashoff»), Bryce Dessner (la nana Lullaby (Song for Octave), hechizante melodía compuesta en 2019 para su hijo, y que tiene un ostinato que recuerda al Spiegel im Spiegel de Arvo Pärt), Nico Mulhy (Running, el tercero de sus Tres estudios para piano, de 2003), los hermanos Brian y Roger Eno (con su pieza Celeste, de su álbum conjunto de 2020 Mixing Colours), Julia Wolfe (Earring, breve pieza de apenas dos minutos de duración, compuesta en 2000, de la que la propia fundadora de Bang on a Can explica que «al principio de Earring, las manos son completamente independientes: una martillea con ritmos irregulares en el extremo superior del piano y la otra toca una melodía lenta y soñadora en el rango medio. La tarea consiste en mantener una clara sensación de ambos mundos al mismo tiempo. Durante la mayor parte de esta breve obra, las dos manos coexisten por separado, sin prestarse demasiada atención la una a la otra mientras se transforman»), Caroline Shaw (de quien aborda la pieza más larga el disco, Gustave Le Gray, de trece minutos y medio, compuesta por Shaw en 2012, y basada en la Mazurca en la menor, Op. 17, No. 4, de Chopin), Moondog (de quien interpreta la pieza más antigua del álbum, su Preludio en la mayor, de 1961), Timo Andres (Wise Words, pieza de 2017 compuesta como regalo de jubilación para Bob Hurwitz, presidente de Nonesuch Records durante muchos años, y que, según explica el propio Andres, «es un breve estudio sobre el complicado pasaje de la décima rota de la Sonata para piano n.º 27 en mi menor, Op. 90 de Beethoven), Peter Garland (Nostalgia for the Southern Cross, una pieza de 1976, cuando Garland contaba apenas 24 años y que compuso tras el divorcio de su primera esposa), Philip Glass (el unico del que interpreta dos obras: su Estudio nº 6 y el Estudio nº 16), Melaine Dalibert (Epilogue, una pieza muy reciente, con la que el propio Dalibert cierra su álbum Shimmering, publicado también el pasado viernes) o Ezio Bosso (Before 6, del compositor italiano fallecido de ELA en 2020, a los 48 años).

La selección de piezas resulta impecable, homogénea en su melancólico tono general –del que sólo escapan el Estudio nº 16 de Glass y Estudio nº 3 (Running), de Muhly, tal vez las piezas más complejas y exigentes del repertorio–, características que lo convierten en uno de los discos destinados a convertirse en referente de una exploración del repertorio minimalista que ofrece una gran selección de piezas nada manidas.