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Vigésimo quinto aniversario de la muerte del compositor francés espectralista Gérard Grisey.

Este sábado se cumple el vigésimo quinto aniversario de la muerte del compositor francés Gérard Grisey (Belfort, 16 de junio de 1946 – París, 11 de noviembre de 1998), fallecido a consecuencia de un aneurisma cerebral. Cuando tres meses después de su muerte se estrenó su última obra, Quatre Chants Pour Franchir Le Seuil en el Queen Elizabeth Hall de Londres en febrero de 1999, el compositor inglés George Benjamin describió desde el escenario a su amigo y colega como uno de los compositores más brillantes pero menos apreciados de Europa. Quatre Chants…, era, precisamente, una meditación sobre la muerte y el umbral del más allá.

Repentina e inesperada, la muerte le llegó a los cincuenta y dos años, cuando aún se le seguía considerando un «joven compositor», tal vez porque nunca dio la impresión de ser un artista que hubiera «llegado», ya que quienes le conocieron destacaban su autoexigencia, que nunca le dejaba descansar. Por otra parte, su carácter ferozmente independiente, en ocasiones brusco, le mantenía alejado de las instituciones.

Formó parte, sin pretenderlo realmente, del movimiento musical espectralista, así definido por Hugues Dufourt –y del que también forman parte Tristan Murail y Michaël Levinas– como nombres principales–, por tener en cuenta los espectros armónicos de los que están hechos los sonidos. Él no se consideraba, sin embargo, impulsor de dicha escuela y, pese a impartir clases de composición en el Conservatorio de París, no pretendía formar discípulos: no había «griseystas», pero su enfoque de la música sí ejerció una profunda influencia, sintetizando las que ejercieron sobre él los maestros con los que se identificaba: Messiaen («Dios Padre»), Stockhausen («el Hijo») y Ligeti («el Espíritu Santo»), como los definió en una ocasión. Estos compositores, decía, le enseñaron a escuchar «la carne misma de la música» y no sólo el lenguaje que la transmite; a canalizar los sonidos según su naturaleza en lugar de forzarlos entre sí. Partiels, una obra fechada entre 1975 y 76, en la que el espectro sonoro de un Mi grave de trombón es recreado y luego deconstruido por un gran conjunto instrumental, es considerado como uno de los descubrimientos icónicos de la composición de finales del siglo XX.

A partir de 1984, cuando decidió «añadir la ruptura y la rapidez a la obsesión por la continuidad y la lentitud de los procesos», comenzaría también a venerar a Conlon Nancarrow y Leos Janacek. Reaccionando contra la generación anterior, en la estela de la dodecafonía, que aplicaban a la composición musical procesos abstractos o compartimentados, Grisey pretendía tener en cuenta la naturaleza acústica de los sonidos, que estudiaba apasionadamente, y la realidad de nuestra percepción.

Adelantándose a la efeméride, en los últimos meses hemos asistido al lanzamiento de dos libros en inglés que abordan su legado: Gérard Grisey And Spectral Music: Composition In The Information Age, de Liam Cagney, publicado por Cambridge University Press, y The Life And Music Of Gérard Grisey: Delirium And Form, escrito por Jeffrey Arlo Brown y publicado por University Of Rochester Press.