Lubomyr Melnyk: «La música clásica es el logro más importante de la humanidad».
En enero de 2019 solicité a través de la agencia de comunicación para España del sello alemán Erased Tapes una entrevista por correo electrónico con el compositor y pianista canadiense Lubomyr Melnyk. Acababa de publicar su álbum Fallen Trees y se disponía a iniciar una gira mundial de presentación de ese disco, coincidente con su septuagésimo cumpleaños. La entrevista se iba a publicar en el periódico El Mundo –en el que estuve colaborando asiduamente desde 1999 hasta 2019– aunque, finalmente, no fue así. Casi tres años después, aquí está el texto tal y como se mandó a la redacción en su día. Téngase siempre en cuenta el año de realización.
El pasado 22 de diciembre el pianista y compositor canadiense –nacido en Múnich y de origen ucraniano– cumplió setenta años. Una cifra redonda que merecía una celebración a la altura… Valga, por ejemplo, una gira mundial, como la que dio comienzo a finales del pasado mes de enero en Londres y que en las próximas semanas recorrerá escenarios de Hungría, Grecia, Finlandia, los Países Bajos, Austria o Bélgica, antes de dar el salto a América del Norte, Asia, Oceanía y regresar a Europa, y en la que está presentando las composiciones de su último álbum, Fallen Trees.
Lubomyr Melnyk es conocido por ser el creador de la llamada «música continua», una corriente de la música del siglo XX que se añade a la sucesión de estilos surgidos tras la Segunda Guerra Mundial (serialismo, música concreta, aleatoria, estocástica, minimalismo, espectralismo, nueva simplicidad, nueva complejidad, etcétera) y que tiene la curiosa particularidad de tener a Melnyk como único representante, lo que, dada su edad, tiene visos de convertirse en algo así como una música en peligro de extinción.
¿Qué es lo que caracteriza a sus composiciones? Fundamentalmente, una cascada inagotable de notas, la absoluta falta de silencio, el uso constante de los pedales del piano. Lo sorprendente es que unida a estas características se encuentra también su falta absoluta de pretensiones de intelectualidad y virtuosismo. «Mis estudios de piano se volcaron en la música clásica, pero no era un alumno “virtuoso”, para nada», afirma en conversación mantenida por correo electrónico con este periódico. Sin embargo, hay una contradicción en su afirmación, que aflora cuando se descubre que su música tiene detrás algún récord: en 1985, en la sede de la fundación Sigtuna de Suecia, se sometió a un experimento para medir su velocidad de digitación y se descubrió que podía alcanzar cotas increíbles de 19,5 notas por segundo ¡con cada mano!, que en un período más prolongado –una hora, exactamente– totalizó 93.650 notas individuales, es decir: trece notas por segundo, repetimos, con cada mano, sin parar…
No tiene Melnyk, sin embargo, ambiciones por compararse con intérpretes legendarios como Arthur Rubinstein, Sviatoslav Richter, Vladimir Horowitz o Sergei Rachmaninov. En primer lugar, no se considera intérprete porque sólo toca sus propias composiciones. Y, en segundo lugar, niega que su anhelo sea el récord. Hay razones más espirituales en ese afán al que lleva dedicándose desde que en 1978 debutara discográficamente con KMH: Piano Music in the Continuous Mode. «Mi esperanza estaba en que, a través del hecho de que puedo tocar a velocidades que son físicamente imposibles, incluso para los más grandes pianistas del pasado, la gente pudiera abrir sus ojos a la belleza de esta música para piano –afirma, con un deje de tristeza–… Pero tengo la sensación de que no lo he logrado, porque la gente, como debería haber imaginado, ha malinterpretado esa realidad como un “campeonato”, en vez de como una SEÑAL de que esta música y el pianista que la interpreta pueden hacer cosas que van más allá de la capacidad del Hombre».
«Esta música –añade–, en su núcleo, es filosofía y religión llevadas al extremo. Señala la línea divisoria entre la Realidad Fingida y la Híper Realidad. Esta música es la puerta por la que entramos en la verdad acerca del Tiempo y acerca de nuestras vidas… para el pianista es FÍSICAMENTE IMPOSIBLE interpretar esta música hasta que no haya ido más allá de sí mismo y más allá de su cuerpo normal. Oración y entrega (y abstinencia) son necesarias; todo con el fin de alcanzar la capacidad de interpretar esta música. Si tu corazón no ama a Dios, nunca serás capaz de interpretar esta música. Tocar la música continua crea energía, en todas partes: en mi cuerpo y en la sala en la que toco. Es un acto de entrega y amor… así que no me consume energía. Me la aporta».
La trayectoria de Melnyk dio comienzo en el París de mediados de los años setenta. Allí conoció a la coreógrafa Carolyn Carlson y comenzó a crear partituras para los espectáculos de danza que la estadounidense realizaba para la Ópera de París. A ella atribuye gran parte del mérito de la dimensión mística que ha alimentado sus propias composiciones. «Estoy seguro de que estar físicamente cerca de su cuerpo, el ser multidimensional que ella es, tuvo un gran efecto sobre mí –asegura–. Era imposible estar físicamente cerca de ella y no ser elevado a otra dimensión, a una conciencia más elevada, a un nivel superior de existencia».
Los tres años que pasó junto a Carlson (de 1973 a 1975) fueron los de su entronque con el mundo de las vanguardias. Sin embargo, el pianista –que pertenece a una generación posterior a la de los minimalistas estadounidenses (Terry Riley, La Monte Young, Philip Glass o Steve Reich), todos ellos nacidos entre 1935 y 1937, y con los que guarda ciertas similitudes formales– declara que «la música continua fue el hijo que nació del amor entre el matrimonio de la música clásica y la música ambient», en la que sitúa a Riley o Reich. El compositor, que también ha definido su música como «maximalismo», no la confronta con el minimalismo; simplemente reniega del término (utilizado por primera vez por el británico Michael Nyman, musicólogo además de pianista y compositor, en un artículo publicado en 1968 en el semanario The Spectator): «detesto la contradicción del término “minimalista”. Es tan tonto como llamar “cuadrado” a una rueda…, o llamar “odio” al amor… o decir que los pájaros son anfibios. No hay nada mínimo en el minimalismo».
«Toda mi vida ha estado ligada a la música clásica –prosigue–. En casa no se escuchaba pop, sólo clásica. Mi madre tenía una voz hermosa y cantaba muchas canciones de folk ucraniano y arias de ópera, así que se puede decir que mi hogar estaba completamente impregnado, desde que era muy niño, de la mágica belleza de la música clásica. Y el gusto por esa belleza no se te va nunca. La música clásica es el logro más importante de la humanidad… y, desgraciadamente, la gente se está haciendo cada vez más estúpida para ser capaz de escucharla y valorarla. Mi música (aunque no sea tan buena como la de Chopin o Bach) es un intento honesto de recuperar parte de su belleza y trasladar esa belleza a la música viva de la actualidad. La música continua es un mundo en sí misma… y su “pariente” más cercano, en el ámbito de la música, es la música clásica. Mi música no procede de ninguna corriente concreta: nació de los conciertos para piano y la música para piano de los clásicos. De hecho, esta música para piano es el siguiente paso al piano clásico. Es el renacer del piano, la primera vez en toda la historia en la que el piano puede sonar con su voz natural».
© Fotografía de Alex Kozobolis facilitada por el sello discográfico Erased Tapes.