Vicente Molina Foix: «Luis me brindó la posibilidad de realizar un sueño».
Ayer jueves tuvo lugar en la sala Gayarre del Teatro Real la rueda de prensa de presentación del estreno mundial de El abrecartas, la sexta ópera de Luis de Pablo, fallecido el pasado mes de octubre. La ópera se estrenará el próximo miércoles 16 de febrero y se ofrecerán otras cinco funciones, los días 18, 20, 22, 24 y 26. Esta última, según informó el director artístico de Teatro Real, Joan Matabosch, será transmitida en directo por la plataforma My Opera Player y pasará, seguidamente, a formar parte de su catálogo. Hoy publico la segunda parte de la entrevista realizada hace siete días al novelista, poeta y dramaturgo Vicente Molina Foix, autor tanto de la novela en la que se basa la ópera, como de su libreto, hablando de los otros trabajos que compartió con el compositor bilbaíno.
¿Cómo conociste a Luis?
Yo llegué a Madrid, con 17 o 18 años, para estudiar la carrera universitaria, Filosofía, y una de mis compañeras de clase, Virginia Careaga, me dijo que tenía que conocer a su novio, Félix de Azúa, que era poeta. Ellos ya tenían unas inclinaciones musicales propias, que yo no tenía, y me invitaban a conciertos de música contemporánea. A Luis no le conocí todavía, pero sí supe de su existencia, porque era uno de los organizadores de los conciertos a los que iban Virginia y Félix. Le conocí varios años después, en el estreno de su primera ópera, Kiu, dos o tres años después de mi regreso de Inglaterra, donde había estado viviendo ocho años. El que nos presentó fue José Luis Gómez, el actor y director teatral y Luis me dijo que había leído alguna de mis novelas y allí se acabó aquel primer encuentro. Pero unos meses después, en un curso de verano de la Universidad de San Sebastián, se programó un curso de cine y música y volvimos a coincidir. En esa ocasión, en una cena, ya hablamos más. Y ahí es donde yo solté aquello de que me gustaría hacer libretos de ópera…
Luis no dijo nada entonces, pero un mes más tarde me llamó y me dijo que, si quería, que escribiera uno. Y de ahí surgió El viajero indiscreto…
¿Cómo es que querías escribir libretos de ópera?
Yo soy un escritor curioso y las curiosidades me gusta convertirlas en realidades. Cuando empecé a ir a la ópera fue en esos ocho años que viví en Inglaterra, y me daba cuenta de que las óperas han pasado a la historia por su música, pese a que en bastantes casos los libretos eran flojísimos. Óperas barrocas que admiramos todos, tienen libretos muy poco interesantes. Pero también hay óperas con libretos maravillosos. Monteverdi trabajaba con los más exquisitos poetas del Renacimiento. A mí, los que más me interesaban eran los del siglo XX, porque es a los que veía más cercanos: Hugo von Hofmannsthal, que trabajó con Richard Strauss o André Gide o W. H. Auden con Stravinski. Es decir: había escritores a los que yo admiraba muchísimo, como poetas o como novelistas, que también habían hecho libretos de ópera. Como Ingeborg Bachmann, que me viene ahora a la memoria. Me aficioné a esas óperas cuyos autores literarios conocía. Y yo pensaba en ellos como ejemplo. En realidad, mi gran pasión por Richard Strauss, por ejemplo, viene de que trabajó con Stefan Zweig, con Hofmannsthal, etc. y hay correspondencia entre ambos que son libros fascinantes, en los que aparecen sus discusiones.
Yo, en cambio, con Luis nunca discutí. Trabajar con Luis de libretista ha sido de las cosas más plácidas y satisfactorias, porque no era alguien como Strauss, que crucificaba a Hofmannsthal para que hiciera cosas que al otro no le gustaban… Luis era excesivamente bondadoso y me brindó la posibilidad de realizar un sueño que yo pensaba que no es fácil que se produzca, porque en España, en aquellos momentos, apenas se hacían óperas…
Luego sí. A finales de los ochenta, Guillermo Heras, que se puso al frente del Centro Nacional de Nuevas Tendencias Escénicas, encargó cinco óperas a compositores jóvenes, alguno de ellos discípulo de Luis. Uno de los libretistas, que aún no era tan famoso como hoy, fue Antonio Muñoz Molina, que hizo el libreto de una ópera de un compositor granadino, José García Román [El bosque de Diana, en 1990]. Y yo vi esa ópera. También vi otra, con libreto de Leopoldo Alas [Sin demonio no hay fortuna, de Jorge Fernández Guerra, en 1986].
Y fue Luis el que abrió camino con Kiu, y ha seguido haciéndolo, ya ves, hasta hoy…
¿De dónde partian las ideas de El viajero indiscreto (1988) y La madre invita a comer (1992), las dos primeras óperas que hiciste con Luis?
Fueron ideas mías. Cuando quedamos por primera vez para hablar en serio de la ópera, sabía que él era un compositor de vanguardia, pero que conocía perfectamente toda la historia de la música y toda la tradición española. Y le dije que en el libreto habría citas literarias del pasado, para darle pie a él para que hiciera lo mismo musicalmente.
Yo le enseñé el esquema de una pequeña historia: una tragicomedia materno-filial, sobre el influjo de los padres sobre los hijos, un tema que siempre me ha interesado. Un capricho que me concedió es que hubiera un personaje que se resolviera con la voz de contratenor, la de los antiguos castrati, que era un tipo de voz que me había llamado mucho la atención en las óperas que había conocido en Inglaterra, sobre todo con Alfred Deller.
No me acuerdo de todos los detalles, pero recuerdo que en las charlas con Luis, el personaje con voz de contratenor iba a ser un robot, porque el libreto tiene algo de ciencia ficción y de vuelta al pasado. Los dos personajes femeninos que hay, uno representa el pasado y otro el futuro. La verdad es que tuve libertad total.
La madre invita a comer es una obra más corta y quedó redonda. Es una continuación de El viajero indiscreto. Es una obra exenta, pero la escribí como continuación, con un libreto bufo. Y hay, incluso, una tercera parte que está inédita, La luna del desenlace, que la escribí como cierre de la saga de El viajero…, con el mismo personaje protagonista. Creo que a Luis ese libreto no le inspiró. Pero yo, sin embargo, creo que es mi mejor libreto. Y así lo opinaba también Gustavo Tambascio, que fue el director de escena de La madre invita a comer en España.
La madre invita a comer fue un encargo de la Bienal de Venecia, que fue donde se estrenó, pero con un montaje muy deficiente y con una dirección musical regular. Para el estreno en Madrid, en el Festival de Otoño, se cambió toda la producción y el encargado de la puesta en escena fue Tambascio.
Tengo entendido que hubo otros textos tuyos para piezas vocales de Luis de Pablo. ¿De qué se trata?
Fue, de hecho, lo primero que hicimos, antes de que hiciéramos El viajero indiscreto. Yo había estrenado en la sala Olympia una obra de teatro que se llama Los abrazos del pulpo. Es una obra que ya no me gusta, pero tuvo un reparto estupendo: Julieta Serrano, Lola Gaos, etcétera. Y esa función tenía una música de escena y Guillermo Heras se la encargó directamente a Luis, porque yo aún le conocía poco.
Más adelante hice unas variaciones sobre unos versos de Fray Luis de León que se llaman Variaciones de León, y Luis hizo una música para cinco voces cantando a capela. Lo conservo en una cinta.
Quiero recordarte que te conocí un día, a principios de los ochenta, en el Círculo de Bellas Artes: ofrecías una audición comentada de una obra de Philip Glass, Einstein on the Beach…
Eso fue, precisamente, un ciclo que programaba Luis de Pablo. Nosotros ya nos conocíamos y me pidió que hiciera una escucha comentada, que él sabía que yo no podía hacer de forma técnica, porque no tengo estudios ni conocimientos. Eso sí, he escuchado mucha música y he ido a muchos conciertos y a muchas óperas y había tenido oportunidad de ver Einstein on the Beach y me pareció que era lo adecuado. Es la primera gran partitura del minimalismo musical, que luego ha tenido muchos imitadores y continuadores por doquier.
A Luis no le gustaba esta música, pero le pareció bien que estuviera representada en ese ciclo. No recuerdo ni lo que dije. Yo era entonces muy joven y creía estar “a la última». La aparición de Einstein on the Beach marcó realmente una época. Y por casualidades de la vida, luego llegué a tener amistad con Bob Wilson, con el que trabajé en España después.
Lo asombroso (y para quitarse el sombrero) es que, sin gustarle Philip Glass, permitiera que se incluyera en el ciclo. O incluir él, personalmente a Steve Reich y John Cage, que tampoco le gustaban, en el programa de los Encuentros de Pamplona, que él había realizado unos diez u once años antes…
Luis era una persona muy respetuosa y muy tímida, pero saltaba como una fiera cuando alguien expresaba menosprecio por la música sin fundamento. No saltaba porque alguien dijera que su música era mala, sino cuando se emitían juicios temerarios, porque lo que sí era es un absoluto erudito. Le gustaban Arnold Schönberg, Luigi Nono y sus contemporáneos.
Luis ha compuesto una obra vastísima y creo que ha dejado escritas diez obras inéditas, después de terminar de componer El abrecartas en 2015 y hasta 2021, que es cuando empezó a estar enfermo.
© Fotografía de Jesús Rodríguez Lenin realizada en una de las salitas del Teatro Real de Madrid.