El neerlandés Joep Beving publica su nuevo disco en Deutsche Grammophon, «Hermetism».
El efecto sorpresa de la irrupción de Joep Beving en el panorama internacional de la música clásica contemporánea ya quedó atrás hace tiempo, aunque en España, sin embargo, no haya alcanzado todavía el predicamento del que sí goza en Europa central. El pasado 8 de abril publicó a través del prestigioso sello Deutsche Grammophon Hermetism, su cuarto álbum (quinto, si contamos Conatus, el álbum de «reimaginaciones» –no remezclas– de temas de sus dos primeros álbumes, a cargo de músicos como Suzanne Ciani, Colin Benders, Tom Trago, Thomas Bloch o Andrea Belfi, entre otros).
Una vez más, Beving ha empleado un título inspirado en la filosofía para su nuevo trabajo. En esta ocasión, el hermetismo al que alude el álbum es una tradición filosófica y religiosa basado en textos atribuidos supuestamente a Hermes Trismegisto, que quiere decir, en griego antiguo, «Hermes, el tres veces grande» y que elaboró una doctrina sincretista entre el dios egipcio Dyehuty (o Tot, en Grecia) y el dios heleno Hermes, y que supuso una influencia decisiva en diversas corrientes esotéricas y filosóficas de la Edad Media, que parten de los siete principios en los que se basa el hermetismo: el principio de «mentalismo», el de «correspondencia», el de «vibración», el de «polaridad», el del «ritmo», el de «causa y efecto» y el de «generación».
Y, efectivamente, la espiritualidad es algo más que un elemento latente en la música del pianista y compositor neerlandés (Doetinchem, 1976), que tiene, siempre, una búsqueda sanadora: de hecho, sus inicios mismos nacen del homenaje a un amigo fallecido en un desgraciado accidente de coche, una de las personas que más creía en él como pianista y que le animaba a desarrollar su talento musical (algo que sólo comenzó a realizar tras su muerte, y al que dedicó uno de sus primeros temas, For Steven). En esta ocasión, Hermetism nace del sufrimiento provocado por los momentos más duros de la pandemia, con la esperanza de ofrecer un efecto balsámico sobre sus oyentes.
Para esta grabación, después de otros trabajos no publicados discográficamente para cine y artes escénicas, Beving regresó a su querido piano vertical, y a la calidez del sonido que ofrece el golpeteo de sus martillos sobre las cuerdas. El punto de partida, el confinamiento, podría hacernos pensar en otros trabajos pianísticos elaborados durante ese período oscuro. Sin ir más lejos, Ludovico Einaudi y su álbum Underwater. Pero no hay paralelismos: para Einaudi esa no fue una época especialmente dramática, sino una especie de vacaciones, un parón bienvenido en su intensa agenda de trabajo. Para Beving, en cambio, si hay un tono trágico en sus composiciones, una tristeza que se acrecienta por el hecho de que, dos años después de aquello, en vez de más equilibrio, sólo hay más desigualdad y una crispación económica y social (incluso bélica) más prominente.
Pese a todo, el tono que transmite no es elegíaco: procura ofrecer esperanza dentro de la melancolía general del disco. Beving ha explicado en varias ocasiones que en el principio mismo de su dedicación a la música estaba el afán por encontrar cura a su malestar interior y que lo que persigue desde que descubrió su capacidad para afectar emocionalmente a quien le escucha es trascender, con la belleza de la sencillez, en pos de «lo superior» o «lo divino». Pero su búsqueda no es la del efectismo de la belleza por la belleza: Beving consigue conmover sin resultar en ningún momento sentimental. Su espiritualidad llega, en ocasiones, a territorios que recuerdan a Erik Satie –Accent Grave– y en otros a los mantras orientalistas de su contemporáneo (y gran influencia en los minimalistas del Benelux), el armenio George Gurdjieff –Dervish–. Uno de los temas más destacables del disco es For Mark, dedicado a su amigo y manager personal, Mark Brounen, enfermo terminal de cáncer colonorrectal, otra de las personas que le animaban a abandonar su trabajo en MassiveMusic, la agencia de publicidad en la que era compositor y director de negocio y estrategia desde 2004 hasta abril de 2016, para centrarse en su labor compositiva, hasta el punto de que le prometió convertirse en su representante artístico si iniciaba su aventura musical.
Quien conozca ya su obra encontrará grandes semejanzas entre Hermetism y discos previos como Solipsism, pero sin esos momentos ágiles y barrocos de temas como Wanderlust o Sleeping Lotus. En este, por descontado, una elegante melancolía contemplativa lo domina todo.