Menú Cerrar

La editorial malagueña EDA Libros publica las «Conversaciones con Luis de Pablo» de Ilia Galán.

Luis de Pablo (Bilbao, 1930-Madrid, 2021) ha sido una de las más relevantes figuras musicales de la historia de nuestro país. Y es necesario recordarlo e insistir en la evidencia. Junto con Cristóbal Halffter y Carmelo Bernaola formó la base fundamental de la llamada Generación del 51 de compositores, la que renovó el panorama musical español del pasado siglo y lo enlazó con la vanguardia europea e internacional, de las que había quedado aislada. En la ciudad alemana de Darmstadt, a donde viajó becado a finales de los cincuenta, conoció a los creadores más influyentes e importantes de la época: Pierre Boulez, György Ligeti, Bruno Maderna y Karlheinz Stockhausen. Auspiciado por la familia Huarte, fue el fundador del primer estudio de música electrónica en España, Alea, y de los famosos Encuentros de Pamplona. Pero para vivir tuvo que trabajar como abogado de Iberia y componer música alimenticia para cine (colaborando con directores de la talla de Carlos Saura o Víctor Erice) antes de conseguir vivir exclusivamente de su labor como docente y compositor. En 1991 recibió el Premio Nacional de la Música y entre otros grandes premios fue galardonado con el Premio Tomás Luis de Victoria (en 2009) y el León de Oro de Música de la Bienal de Venecia (en 2020, un año antes de fallecer).

Ahora, la editorial malagueña EDA Libros publica estas Conversaciones con Luis de Pablo, mantenidas entre 1997 y 2003 con Ilia Galán, profesor titular de Estética y Teoría del Arte en la Universidad Carlos III de Madrid y profesor invitado en las universidades de Oxford, Harvard, la Sorbona y New York University.

De Pablo, como el gran intelectual holístico que era, versado en filosofía, arte, cine o literatura, era un gran conversador y como tal se ha manifestado en un buen número de libros y publicaciones, de los que selecciono un par de ejemplos: Encuentros con Luis de Pablo. Ensayos y entrevistas con Piet De Volder, más antiguo (publicado en 1998 por la Fundación Autor y traducido por Rafael Eguílaz del original en francés), o Luis de Pablo: Inventario, de Miguel Álvarez-Fernández, más reciente (publicado en 2020 por Ediciones Casus-Belli).

En este nuevo libro, las conversaciones mantenidas con el compositor tienen una relevancia que va más allá de lo musicológico, ya que no se ciñen a lo estrictamente musical y/o profesional, sino que abordan aspectos en ocasiones muy personales, como esos momentos en los que reconoce haber conservado «bastante pocos» amigos, y pasa a dar la explicación: «lo que yo hacía [se refiere a su música y a la época inicial de su trabajo, los años cincuenta y sesenta] en España interesaba a muy poca gente y, desde luego, entre mis amigos, a nadie. Cuando digo a nadie, quiero decir nadie. ¿Comprendes? O sea, ninguno, que yo recuerde».

Pero no sólo eran sus amigos los que mostraban desinterés o abandono por la cultura. En las charlas con Galán De Pablo se asoma con frecuencia al páramo intelectual que era la España de los cincuenta y sesenta, incluido todo lo que tiene que ver con nuestra propia cultura –«¿Tú conoces una buena biografía de Falla escrita por un español?, ¿conoces un buen libro, un buen libro sobre la zarzuela que te explique lo que es la zarzuela, original en español? ¿conoces algún libro sobre Albéniz que no sea traducido del inglés?»–.

En otro momento, De Pablo admite que él vivía «única y exclusivamente en torno a la música […] Eso también, de alguna manera, digamos, me ha ayudado a tener una relación con los demás, podríamos decir, un tanto distante […] Fue, casi, podríamos decir, una orgía de trabajo». Esa dedicación a la música también influyó en su vida sentimental. Hasta que encontró a Marta Cárdenas, la pintora, su viuda, con la que se casó en 1975. «Antes había habido, naturalmente, otras cosas pero, tengo que confesarte que yo mismo había procurado que esas cosas no tuviesen demasiada duración […] Nos casamos en 1975, pero yo a Marta la había conocido mucho antes, diez años antes».

Yo, que tuve también la oportunidad y la suerte de entrevistarle en un par de ocasiones, y recuerdo su vehemencia al hablar, no me sorprendo cuando en el libro cuenta, entre risotadas, que al mismo tiempo que componía «su» música también tenía que elaborar partituras alimenticias para el cine, incluidos títulos importantes de Carlos Saura, con quien, sin embargo, guardaba las distancias: «Nunca puedo decir que fui muy amigo de Carlos Saura. Sus intereses musicales estaban en las antípodas de los míos. Una vez me pidió que hiciera pasodobles; otra vez me pidió que escribiese estilo Vivaldi o Beethoven o lo que fuera para una película. En otra ocasión me dijo que le gustaba mucho la música de Los Marismeños, que si podía hacer algo parecido, y eso me llevó, entre otras cosas, a distanciarme del cine». Sin embargo, para España insólita, un documental de Javier Aguirre realizado en 1965, que iba de tradiciones curiosas –˝costumbres que tienen en Cascajosos del Cebollo, de no sé… comerse un cordero a bocaos», explica De Pablo con su peculiar ironía–, sí que tuvo que componer algún pasodoble original. Alguno de los músicos que participaron en la grabación de esa música para la película le dijeron al compositor que él no podía haber hecho eso, porque «este pasodoble está muy bien», en contraposición a otra obra suya que habían interpretado con la Orquesta Nacional…: «¿Y por qué entonces hacer esa mierda que tocamos el otro día»… De Pablo explica, entre risas, que eso fue lo que le replicó el flautista Rafael López del Ejido, refiriéndose a Tombeau, pieza compuesta entre 1962 y 1963 y estrenada por la Orquesta Nacional en 1964.

Dicho ya que De Pablo se convirtió en el nexo de unión entre las vanguardias musicales que se habían desarrollado en el mundo y España, y que fue el organizador de los célebres Encuentros de Pamplona, el halo mítico que rodea ese acontecimiento histórico y cultural, no supuso para De Pablo, en aquel momento, más que disgustos. Y aunque desmitifica su relevancia en el momento («la gente humilde, sencilla, lo pasó estupendamente; de la burguesía no se vio a ni uno»), sí admite su carácter visionario y pionero, ya que él fue quien trajo por primera vez a España a John Cage, a Steve Reich, a Luc Ferrari o a Lejaren Hiller, «el primero a quien se le ocurrió hacer música con ordenador». Es de destacar que De Pablo no hizo un certamen para darse gusto a sí mismo, sino un encuentro revelador de lo que se hacía en el resto del mundo, pese a que el propio De Pablo no tuviera en gran consideración las músicas de Reich o Cage. De Reich, en este libro no hay opiniones, pero sí de Cage: «La música de Cage, como música, a mi juicio no tiene mayor interés. Cage, sobre todo, lo que es… es un detonador […] Era un asceta absoluto, o sea, un asceta sonriente. […] la persona más encantadora del mundo».

Otro músico relevante del siglo XX, que ha pasado a la historia como uno de sus más grandes revoluionarios y una influencia fundamental para las vanguardias actuales, el greco-francés Iannis Xenakis, del que este pasado 2022 se ha celebrado el centenario de su nacimiento, tampoco sale bien parado, a su juicio: «A Xenakis es que le importaba un rábano cómo sonase lo que escribía. Eso es gravísimo», en el sentido de que ha alimentado los juicios peyorativos de determinadas capas influyentes de la sociedad hacia la música contemporánea.

Del propio Stockhausen, la personalidad más sólida, junto con Pierre Boulez, de la música de la segunda mitad del siglo XX, De Pablo ofrece una visión no exenta de juicio crítico. Del alemán destaca positivamente Gruppen, obra para tres orquestas dispuestas en triángulo, con el público en el centro, de la que dice que es «gloria bendita, es una obra espléndida», pero al contrario, Kontra-Punkte «no es así». Admite, eso sí, que «Stockhausen en su día fue dios, en la década de los sesenta […] Era un gurú […] un señor que te lo encontrabas en los sitios más inverosímiles […] en el disco de los Beatles, en Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band hay un montaje fotográfico de gente que les ha influido, y entre ellos  está ahí escondido Stockhausen. Y está Cage».

De Inglaterra De Pablo salva a Sir Michael Tippett, Sir Peter Maxwell Davies –del que cuenta que era «muy sobón»– y, sobre todo, Sir Harrison Birtwistle. Y de los más jóvenes, Michael Torke. De Estados Unidos, en cambio, opina que «es terrible: lo que no rinde, cero; lo que no da dinero, cero. La mayoría de los compositores americanos mejores se publican en Europa». El «mejor de todos», según su opinión, era Elliott Carter.

El libro está lleno de descubrimientos, reflexiones y frases tremendamente sencillas para explicar puntos de vista trascendentes y elevados. Ingenioso y culto a más no poder, De Pablo es una personalidad a la que la sociedad española debería no debería dejar caer jamás en el olvido.