El sello estadounidense Odradek publica «Cherche titre», el primer álbum del compositor vasco Mikel Urquiza.
Resulta muy esclarecedor que el libreto de Cherche titre, el primer álbum del compositor vasco Mikel Urquiza (Bilbao, 1988), esté escrito en inglés, alemán y francés. Da a entender que el interés en España (e Hispanoamérica, de paso) por las nuevas músicas es uno o ninguno, como en el chiste. Y, sin embargo, Urquiza está considerado como una de las jóvenes realidades de la actual composición española: el pasado mes de marzo le fue concedido uno de los premios anuales para jóvenes compositores que otorga la Fundación Musical Ernst von Siemens. Además de los 35.000 euros con que está dotada la beca, Urquiza se beneficiará del estreno mundial de su próxima producción musical.
Cherche titre (busca título, en francés) fue publicado a principios de verano por el sellos estadounidense Odradek y lo componen piezas muy variadas compuestas a lo largo de los últimos doce años. Todas, como explica Urquiza en el libreto, «antes de cumplir los treinta años». «En 2010, el serialismo, la musique concrète instrumental, la música espectral, la nueva simplicidad y la nueva complejidad me resultaban bastante cansinas; enfoques fascinantes, pero desgastados para el compositor de 22 años que yo era. ¿A dónde ir para un nuevo descubrimiento auditivo? Muy pronto comprendí que la música no ocurre en los tímpanos sino en el cerebro, que no quería halagar una membrana sino tocar el intelecto. Las citas, los préstamos, las reescrituras son escudos de Perseo que reflejan lo que no se puede mirar a la cara, lo que no se puede oír en la fuente».
Todo el disco ha sido interpretado por el conjunto instrumental parisino L’Instant Donné, fundado en 2002, y con el que Urquiza mantiene una estrecha relación desde hace diez años. El conjunto firma en el libreto un breve texto introductorio, en el que emplean el juego de palabras que generan las dos acepciones de play music («interpretar música» y «jugar con la música») para referirse a Mikel Urquiza como un compositor lúdico, del que dicen que «retuerce las melodías, juega con los tópicos y, de repente, tapa sus huellas para reaparecer mejor donde no se espera».
Sus partituras, añaden, «rebosan de alegres trucos y descubrimientos musicales, repletos de incongruentes propuestas sonoras que denotan un arte de la diversión ingeniosamente regido por un sistema de reglas. Porque la música de Mikel sólo toma forma con una gran definición tímbrica; una precisión extrema en la conducción de la narración y de las frases, en el contraste de propósitos y en la mayor precisión rítmica posible…». Analizando lo que las partituras les exige como intérpretes, L’Instant Donné afirman que su ejecución supone «encontrar una alquimia común –una mezcla de rigor y fantasía, de restricción y flexibilidad– para trascender las reglas del juego con el fin de dar cuerpo y vida a esta música despierta, traviesa, a veces extraña, que no debe nada al azar».
Todas las composiciones del disco se podían escuchar ya en la web o el soundcloud del compositor (así como otras obras que no aparecen en el disco). La única pieza que no figura es Zintzil («suspendido» en euskera), que es también la más antigua, de 2010. Le siguen, en orden cronológico, Cinq pièges brefs (cinco piezas breves para trío de piano, violín y violonchelo, es de 2012, que, en realidad, se traduce como «cinco trampas breves»), Les lueurs se sont multipliés (para septeto, de 2015), Serpientes y escaleras (Serenata) (para arpa, piano, percusión, violín, viola y violonchelo) y Contrapluma (para piano solo) son ambas de 2016, y I nalt be clode on the frolt (la pieza más larga –doce minutos de duración–, dividida en cinco partes, y la más compleja: para soprano y conjunto de nueve instrumentistas sin director) es de 2018. De las partes cantadas de esta última (cuyos textos provienen de páginas de Internet de webs de compraventa o de contactos) se encarga la soprano francesa Marion Tassou –que colabora habitualmente con L’Instant Donné desde 2012 y en 2018 grabó las partes para soprano del álbum Musique de chambre, cantates del compositor Gérard Pesson, que fue, por cierto, profesor de Urquiza en el Conservatorio Nacional Superior de Música de París, después de haberse formado en el Musikene de San Sebastián con Gabriel Erkoreka y Ramón Lazkano–.
Cinq pièges brefs, en francés, quiere decir «cinco trampas breves». Urquiza, que vive actualmente entre París y Turín, responde por correo electrónico que el título procede de una frase de Jorge Oteiza: «El hombre es pastor del ser. El artista es cazador del ser. ¿Y el arte? En vasco, «arte» es trampa: el artista es tramposo, hacedor de trampas». Esta frase del escultor vasco Jorge Oteiza (1908-2003) a partir de Martin Heidegger puede resultar sorprendente. En el imaginario romántico occidental el artista es más bien alguien refinado como Mendelssohn, delicado como Chopin o sufridor como Schubert, lo cual no se concilia muy bien con la imagen del cazador paleolítico en el que piensa Oteiza».
«Sin embargo –continúa–, si Oteiza nos presenta al artista como alguien menos desarrollado que sus hermanos pastores (que son una metáfora del neolítico) es para explicar que, puesto que no conoce la regularidad de cosechas y rebaños, está obligado a llevar una vida nómada, siempre a la búsqueda. ¿A la búsqueda de qué? Oteiza nos dice: del ser. Esta presa es huidiza y frágil, hay que atraerla de forma astuta y capturarla con rapidez sobrehumana. El subterfugio mecánico de una trampa se impone. El artista construye así su obra de arte, que deviene útil de caza y refugio, paradigma de un laberinto. Una trampa aséptica para no alterar al ser. Una trampa confortable para no asfixiar al ser. Una trampa transparente para verlo cambiar y crecer hasta transformarse él mismo en la trampa. El ser, ¿no es acaso la primera trampa en la que caemos todos? El artista teje, trenza y tiende una réplica, un doble que termina por suplantarlo».
Que la música de Urquiza es juguetona queda fuera de toda duda. Se escucha y se siente, aunque el compositor también explica determinadas gamberradas: en Zintzil dice que se mezclan las melodías de las nueve sinfonías de Beethoven simultáneamente, ofreciendo un «cúmulo de paradojas: la música sinfónica se convierte en música de cámara y las melodías grandiosas se vuelven íntimas». O Contrapluma, para piano, que define como una «salvaje reescritura de un impromptu de Schubert, cuyas cascadas perladas se mezclaban en mi cabeza con un dibujo de Durero» y un «tour de force pianístico encargado para una gira por las salas más bellas de Europa en un programa dedicado a Liszt: el equilibrio perfecto entre un martillo neumático y el jazz de Oscar Peterson».
Siendo un escuchante sin conocimiento musical alguno, al que lo que le ocurre en los tímpanos le impresiona más que lo que de intelectual esconda la música, lo cierto es que el disco resulta muy, muy divertido. Sin saber qué es lo que hay que escuchar, lo que se escucha atrae la atención en todo momento, sin decaer la atención y ofreciendo sorpresas enlazadas casi sin solución de continuidad.